Discurso Inaugural de la UON

70 Años de la Universidad Obrera Nacional

Discurso pronunciado por el General Perón

al inaugurarse la Universidad Obrera Nacional

 

Compañeros:

Invitado por el decanato de esta casa para dirigiros la palabra en este acto, no he querido preparar ningún discurso. Yo soy de los que creen que la verdad habla siempre sin artificios y, en consecuencia, prefiero conversar con los amigos que me escuchan, que espectarles un discurso, quizás muy lleno de adornos, pero muy falto de fondo y de sinceridad.

No escapará la comprensión de los compañeros que me escuchan cual es la emoción que me embarga

al iniciar los cursos de la primera Universidad Obrera de nuestra patria. Probablemente podrá haber muchos que sientan una inmensa satisfacción al disponer de esta nueva casa de estudios en esta Nueva Argentina, pero no habrá ninguno que la sienta con más sinceridad y con mayor profundidad que yo mismo, que en 1945 entreví la posibilidad de desarrollar en esta forma una mayor elevación cultural de nuestro pueblo.

Cuando hablamos de la justicia social no dijimos que había que llevar solamente un poco más de dinero a los hogares del pueblo argentino o un poco más de comida a sus hijos; hablamos también de nutrir más abundantemente el alma y la inteligencia de nuestro pueblo. No es un fenómeno nuevo que en las etapas en que la humanidad se ha dedicado a explotar las masas como carne de cañón en la guerra o como brazo de trabajo en la paz, las clases dirigentes no se hayan dedicado también a hacerles faltar la necesaria cultura y preparación. Siempre el pueblo ha sido una víctima privada de felicidad, de alimento y también de cultura y ciencia. Por eso la justicia social, como nosotros la entendemos, no consiste solamente en dar a nuestro pueblo lo material, sino también en prepararlo intelectual y espiritualmente.

La formación de universidades de carácter técnico en el país presupone, no solamente la formación de un técnico, sino también la conformación de un ciudadano de la Nueva Argentina. Por esa razón, yo alabo las palabras que termino de escuchar del compañero Conditi; las alabo porque el fin de la ciencia y el fin de la cultura es la virtud. Las consecuencias de no haber practicado la virtud en las esferas de la cultura y de la ciencia, las estamos observando en los resultados palpables que el mundo nos ofrece. La ciencia y la cultura deben servir a las virtudes de los hombres y de los pueblos, sino serán siempre mal empleadas.

Dar cultura a un hombre, darle la posesión de la ciencia y no conformarle un alma para bien emplearla, es como estar proveyendo armas a una mala persona.

Cuando en el estudio de los numerosos problemas a que el panorama interno e internacional nos empuja en los momentos presentes encontramos a cada paso un ejemplo que confirma lo que termino de decir. Cuando vemos que la política internacional de las naciones es un medio para preparar la guerra, se nos está demostrando que la política internacional está en manos de malvados. Cuando la política interna de los países, en vez de servir para la felicidad del pueblo y la grandeza de la Nación, se desvía hacia el servicio de una clase dirigente, mediante la explotación del pueblo de su miseria o de su desgracia, estamos viendo que la política interna está en manos de malvados. Cuando la ciencia se dedica a los progresos para exterminar a la humanidad

y no para servir a su felicidad y a su grandeza, estamos viendo que la ciencia también está en manos de malvados.

Lo que nosotros queremos, en esta Nueva Argentina, es que la ciencia y la cultura sean del pueblo, y que el pueblo esté formado por hombres que amen a los hombres y no que preparen su destrucción o su desgracia. Cuando la cultura y la ciencia, instrumentos maravillosos de la humanidad, estén al servicio del bien, manejados por hombres buenos y prudentes, recién podremos decir que la ciencia y la cultura son elementos positivos y no negativos de la humanidad. Y eso no será posible ni realizable hasta que la ciencia y la cultura estén en manos del pueblo y solamente del pueblo.

Por esa razón, nosotros, en nuestros planes de gobierno, luchamos por una ciencia y una cultura populares.

No podemos decir que un país sea culto ni tenga gran adelanto en su ciencia, porque cuente con tres, cuatro o diez sabios u hombres cultos, mientras el resto es un mudo y torpe rebaño de ignorantes.

La cultura del pueblo está en que, aún cuando no poseamos ningún sabio ni ningún hombre extraordinariamente culto, tengamos una masa popular de una cultura aceptable. Por eso hemos establecido entre nuestros objetivos, que tanto la cultura como la ciencia son elementos al servicio del pueblo y esgrimidos por la mano del pueblo. No queremos la cultura de una cantidad de adocenados del pueblo: queremos una cultura popular, queremos que cada uno de nuestros hombres disfrute y haga ejercicio de ella, porque entonces

tendremos un pueblo culto, y tendremos una ciencia argentina al servicio del pueblo argentino, que

es lo único que justifica la cultura y justifica la ciencia.

Esta Universidad Obrera pone un jalón de avance en la cultura social del pueblo argentino. Pone, quizás,

uno de sus más importantes jalones, porque da amplitud y extensión a la cultura popular, y porque

sus puertas están abiertas a todos los hombres del pueblo que sientan la necesidad de elevar su cultura;

está abierta a todos los hombres y mujeres que tengan inquietudes intelectuales y quieran realizarlas.

Las universidades argentinas, por otra parte, son todas de estas características; pueden los hombres

humildes del pueblo ir a cualquiera de las universidades argentinas, donde recibirán el mismo

tratamiento, sean ricos, sean pobres, sean hijos de poderosos o sean hijos de humildes hombres del

pueblo. La cultura que es el pan del espíritu y el pan de la inteligencia, no se le puede negar a ningún

hombre del pueblo en un país que se sienta civilizado.

Cuando en 1944 soñábamos con la etapa natural que ha de cumplir el pueblo argentino, pensábamos que la capacidad energética de los pueblos, no está solamente en razón del trabajo que realizan cuantitativamente,

sino en el factor cualitativo de ese mismo trabajo. Nosotros soñábamos que nuestra evolución habría de llevarnos desde pueblos pastores a pueblos agricultores, y desde pueblos pastores y agricultores a pueblos industriales, que es la etapa natural en la evolución de los pueblos de la humanidad.

Se iniciaba la entrada en la etapa industrial. Y la etapa industrial no se puede encarar sin la capacitación

técnica y profesional.

Fue entonces, en 1944, cuando lanzamos la primera disposición estableciendo la organización de la mano de obra y de la capacidad técnica para la industria argentina. Fue entonces, que pensamos en

que nuestros obreros no habían de formarse más en el dolor del taller o en el abuso patronal de los aprendices

de otros tiempos, explotados y escarnecidos, en los lugares mismos de trabajo que ellos deber amar y enaltecer. Fue entonces cuando dijimos: ¿cómo es posible que un médico, un abogado, un militar se formen en una escuela donde el Estado les paga sus estudios y un pobre obrero que no tiene medios, que vive en la miseria, tenga que ir a aprender en el dolor del taller o en el maltrato que recibe de sus patrones? Y de esa idea surgieron las escuelas de orientación profesional donde nuestros muchachos, respetando y haciendo respetar los lugares de trabajo, debían ir conformando el espíritu de la mano de obra argentina, para que después,

en la combinación de las concepciones técnicas y de nuestras máquinas, pudieran surgir los productos

industriales perfectos, como hay que perfeccionarlos hoy para que sean útiles.

Fue allí también cuando dijimos: no es posible que un operario estudie para ser y para morir operario.

Es necesario abrir el horizonte a la juventud que trabaja, porque ella es la que constituye la grandeza y

afirma la dignidad de la República Argentina; es necesario abrir el horizonte a la juventud, poniendo en cada mochila un bastón de mariscal. Pero eso no se realiza por arte de magia. Es necesario impulsarla y encaminarla con el esfuerzo del Estado, como se impulsan y se encaminan todas las demás profesiones que se ejercen lícitamente en la sociedad argentina.

Entonces pensamos que era necesario hacer posible que esos muchachos tuviesen sus escuelas de aplicación donde fueran cumpliendo etapas técnicas de progreso. Habíamos observado en todos los horizontes del mundo una limitación inaceptable: operarios que no tenían otra suerte que morir de operarios, después de sufrir y luchar durante toda su existencia sin ninguna posibilidad de progreso.

El caldo de cultivo más extraordinario para que proliferen clases de pensamientos y de doctrinas extremistas

y otras ideas extrañas, está justamente en la limitación del horizonte de aspiraciones de la clase trabajadora.

Los hombres del pueblo – todos los hombres – deben tener ampliamente abierto el horizonte de aspiraciones

para los que sean capaces. Y en esta tierra nosotros hemos afirmado que cada uno de los ciudadanos argentinos que durante la vida acumule méritos suficientes para llegar a ser dirigente máximo de la República y presidente de la Nación, si es necesario.

Para que esto no sea una mentira criolla, es necesario brindar las posibilidades para que cada uno se realice a sí mismo; para que cada uno tenga en sus manos la posibilidad de ir ilustrándose y llenando los espacios culturales de su imaginación y de su inteligencia, en la medida de su capacidad.

Por eso, compañeros, si yo hubiera de fijar el rumbo en la ejecución de las tareas docentes de esta casa, solamente daría un directiva de muy pocas palabras: tenemos que formar, primero hombres buenos

y del pueblo. En segundo lugar, formar trabajadores, sobre todas las cosas. Y, en tercer lugar, formar hombres patriotas, que sueñen con una Nueva Argentina en manos del pueblo, como instrumento del pueblo para lograr la grandeza de la Patria y la felicidad de ese mismo pueblo.

Si formáramos un nuevo grupo de intelectuales ignorantes, de los que tenemos tantos, que simulan saber para aprovechar de los que saben menos, no habríamos hecho un gran progreso sobre lo que tenemos.

Lo que necesitamos son hombres leales y sinceros, que sientan el trabajo, que se sientan orgullosos de la dignidad que el trabajo arrima a los hombres, y que, sobre todas las cosas, sean capaces de hacer, aunque no sean capaces de decir.

Retratro pintado del presidente Juan Domingo Perón